viernes, 16 de noviembre de 2007

Los pasos



Regresa ella de su paseo por la campiña al barrio pleno de historias y afectos, ese barrio que permaneció dormido en la memoria cuando paso a paso caminaba en Ampatacocha. Era adolescente, jugueteaba entonces del brazo de su padre.

Lo vuelve a ver con sus calles de piedras más los balconcitos cubiertos por hiedras y geranios. De la mano lleva a Dulce, su pequeña quien juega, hace piruetas mientras come su manzana cubierta de caramelo. Estas calles despiden olores diversos. La primera huele a sándalo, la segunda a pimienta y comino; la tercera, a hierba luisa. La cuarta y quinta a romero e hinojo.

En la sexta y sétima percibe el olor a arroz con leche, recuerda ahora que en toda la esquina está la vieja casona de sillar rosado de sus abuelos. Se acerca a ella e ingresa para recorrerla, con su niña. Escucha el rechinar de las puertas de cedro, se entreabren, ojos la miran. Con retraso en su pupila se le aparecen rostros, rostros de sus padres, de los abuelos, de los tìos; y otros, se le vienen más allá de ella.

La casona tiene tres patios, el tercero y último permanece adornado con buganvillas en sus esquinas. Al fondo de éste hay todavía un pilón de fierro oxidado. Lo abre, le da agua a Dulce que sigue con sus juegos. Ella también la saborea.

Madre e hija regresan al zaguán donde hay una pileta, se mojan un poco más con el agua que les roza. Dulce de pronto le pregunta: - Madre quiénes vivieron en esta casa. Irene conmovida le dice:- Sólo fantasmas, fantasmas, recuerdos, recuerdos.

Julia del Prado (Perú)

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