Padre anda en su poltrona. Mira a sus nietos correr en búsqueda continua. Mira que ya crecieron. Que de vez en cuando sobrevive en el abracadabra de un juguete. Que un Tagore o un Kipling todavía los acoge en sus letras, en cada línea escrita.
Sabe que lo siguen. Que lo miran. Que él está. Sabe que caminan en esa selva en la que él un día declaró su diletancia. Sabe que en cada ola llegan a su orilla, no siempre. No nunca.
Padre anda en su poltrona y les da abrazos en la semilla que dejó. En los pecesitos del ayer. En ese colibrí que revolotea al encuentro del amor.
Charla que flota en presencia de río profundo. Padre anda inevitable, en su poltrona.
Desde mi casa ostra.
En marzo del 2017.
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